Puedo escribir y no disimular, es la ventaja de irse haciéndo viejo, no tengo nada con que impresionar, ni por fuera ni por dentro.
(Adolfo "Fito" Cabrales)



martes, 27 de agosto de 2013

EXAMEN DE CINTURÓN NEGRO DE KARATE (II) (El desenlace)

                El vestuario está a reventar, solo cabría más gente si nos abrazáramos, no es problema, podrías soportar el más lascivo de los restregones y ni te inmutarías; vives totalmente absorto en el examen.
                El primer ejercicio  de calentamiento es el que  haces  para alcanzar la puerta de salida del vestuario. El segundo es el que haces de regreso, una vez que te percatas que tienes la vejiga   como un balón de playa.
                Sigues con los ejercicios de calentamiento no planificados. Esta vez se trata de un sprint a la puerta del vestuario femenino, donde acabas de ver a tu novia, si,  a tu novia, a la que después de mucho insistirle has traído disfrazada de karateka para que pueda asistir al examen y compruebe de qué pasta esta hecho su chico. Con tu karategui puesto con seis vueltas en mangas y pantalón, sus gafas de sol sujetas en la cabeza, las pulseras puestas  y el nudo del cinturón lo mismo que si la hubieran envuelto para regalo en El Corte Inglés,  parece a Paco Clavel disfrazado de tortuga ninja. La retiras los abalorios y la colocas el cinturón con el ánimo de hacerla pasar desapercibida, pero eso no es posible; te acabas conformando con que parezca una aspirante más a cinturón negro.
                Nadie sabe si le va a tocar salir el primero o el último pero todos calentamos como si fuéramos a salir de inmediato. Esto pierde la lógica cuando después de conocer en qué orden sales, entras en bucle: Calientas, preguntas al enlace del tatami cuantos te quedan, vas a mear y calientas. Te has quedado parado un momento y un voluntarioso compañero de clase se acerca y te dice:

-          Pero muévete un poquito hombre, que con el que va a salir ahora no te quedan nada más que siete. –

Tú, que con el tiempo de calentamiento que llevas, estás a punto de ebullición, le das las gracias por no darle un zuki (golpe de puño).


Has pasado el momento más angustioso,  aquel inmediatamente anterior a tu salida, cuando sin saber por qué acudes, como en tu preparación de deportista de élite (léase la  entrada anterior),  a la visualización. En este caso visualizas como sales al centro del tatami y se te olvida todo, además de verte como te caes de culo en mitad del kata; todo esto acompañado de un sudorcillo frío y un cante intestinal por soleares. Todo muy agradable.
Escuchas tu nombre como si lo hubiera pronunciado Placido Domingo, sales al centro del tatami y te encuentras en frente a cinco señores vestidos como los niños de San Ildefonso. Dos de ellos, te están mirando, otro inclina la cabeza intentando disimular un bostezo, un cuarto está mirando por encima de las gafas al tatami de al lado y el que queda charla animosamente con alguien, también vestido como si fuera de boda, que en ese momento pasa por detrás.
Realizas tu examen, durante el que has perdido la noción espacio-tiempo. Sales y el grupo de compañeros y anexos se te viene encima felicitándote por lo bien que lo has hecho y dando por sentado que apruebas, son los mismos que si suspendes dirán que eso lo sabían ellos desde el primer waza.  
Formas para saludo, van a dar los resultados de la fase técnica.  Aumentas la presión del  esfínter a  veinte atmósferas y  te aflojas cuando oyes tu nombre seguido de la palabra APTO. Has conseguido más de la mitad del examen, ahora queda el resto.
                Dos combates de jiu-kumite (combate sin interrupción) te separan del objetivo. La suerte en los emparejamientos, a bote pronto, te parece dispar. Uno de los contrincantes, el que tiene cara de bonachón,  te saca la cabeza y quince  kilos de peso; el otro es pequeñito y tiene cara de mala leche.
                Mientras estás esperando para salir te arrancas y pegas la hebra con el primero que te toca: el grande. Le ves asequible y atacas.
-          Oye, digo yo, que vamos a ir tranquilos, sin complicarnos la vida. Trabajando y dejando trabajar. ¿Qué te parece? –
Parece interesado en la propuesta.
-          Por mí perfecto, mejor así, tranquilitos   -
Empieza el combate y empiezas a botar, con mucho estilo, comenzáis a hacer técnicas que la más próxima se queda a medio metro, eso sí, con mucho estilo. Ha pasado un ratito y empiezas sospechar que este yo te doy cremita tú me das cremita no va a llegar lejos.
                Se oye el silbato y te parece oír una voz que dice ¡que se besen!, el subconsciente te traiciona, no es ¡que se besen!, es ¡que se acerquen!. Es el presidente del tribunal que os reclama  en la mesa.
-          Vamos a ver, la guitarra y el poncho me los he dejado en casa, con lo que vamos a dejar para otro día cantar todos El himno de la alegría cogidos de la mano -
-          Hagan karate que es para lo que han venido aquí –
Se termina el rapapolvo y acto seguido se abre la veda. El cuarenta y cinco del grandullón golpea contra  tu mejilla derecha moviéndote buena parte de los empastes. Ese pequeño estímulo pone en alerta todos tus sentidos. Tu orgullo clama venganza y te lanzas cual kamikaze contra el que hace un momento era tu grácil compañero de examen. Finaliza el combate. El ímpetu de tu mosqueo ha logrado equilibrar el resultado, de la misma manera que tu incapacidad ha provocado que hayas molido a patadas futboleras el culo de tu oponente; en el denodado intento de devolverle la patada que encajaste.
Aprovechando la inercia de la mala leche que te ha producido el primer enfrentamiento realizas el segundo de manera notable. Te ha quedado claro: no más pequeños estímulos.    
Ha llegado el momento cumbre. Formas de nuevo para saludo. Van a dar los resultados definitivos. Vuelves a escuchar tu nombre seguido de la palabra APTO, si, APTO. Te acercas al tribunal, con la sensación de levitar que provoca tu estado de ánimo. ¿Qué recibes como muestra conmemorativa de tu logro?.... un Pin, si un pin, un pin que guardarás como si fuera una insignia de oro y brillantes. En el estado de euforia que te encuentras le darías  un pico, pero te limitas a estrechar con fuerza la mano del presidente cuando te felicita y es que te sientes la persona más feliz del mundo.

Este es el comienzo de una bonita y tortuosa historia de amor. Anunciarás y proclamarás durante un tiempo que jamás volverás a examinarte. Este convencimiento irá perdiendo fuerza  a medida que sigas entrenando y asistas al avance en los grados del resto de tus compañeros. Te volverás a presentar, aprobarás y volverás a proclamar lo mismo y así hasta que EL CUERPO AGUANTE.

1 comentario:

  1. Y la historia ya esta completa......muy bueno Tomás,como todo lo que escribes.
    Chus

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