El
vestuario está a reventar, solo cabría más gente si nos abrazáramos, no es
problema, podrías soportar el más lascivo de los restregones y ni te
inmutarías; vives totalmente absorto en el examen.
El
primer ejercicio de calentamiento es el
que haces para alcanzar la puerta de salida del
vestuario. El segundo es el que haces de regreso, una vez que te percatas que
tienes la vejiga como un balón de playa.
Sigues
con los ejercicios de calentamiento no planificados. Esta vez se trata de un
sprint a la puerta del vestuario femenino, donde acabas de ver a tu novia,
si, a tu novia, a la que después de
mucho insistirle has traído disfrazada de karateka para que pueda asistir al
examen y compruebe de qué pasta esta hecho su chico. Con tu karategui puesto con
seis vueltas en mangas y pantalón, sus gafas de sol sujetas en la cabeza, las
pulseras puestas y el nudo del cinturón
lo mismo que si la hubieran envuelto para regalo en El Corte Inglés, parece a Paco Clavel disfrazado de tortuga
ninja. La retiras los abalorios y la colocas el cinturón con el ánimo de
hacerla pasar desapercibida, pero eso no es posible; te acabas conformando con que
parezca una aspirante más a cinturón negro.
Nadie
sabe si le va a tocar salir el primero o el último pero todos calentamos como
si fuéramos a salir de inmediato. Esto pierde la lógica cuando después de
conocer en qué orden sales, entras en bucle: Calientas, preguntas al enlace del
tatami cuantos te quedan, vas a mear y calientas. Te has quedado parado un
momento y un voluntarioso compañero de clase se acerca y te dice:
-
Pero muévete un poquito hombre, que con el que
va a salir ahora no te quedan nada más que siete. –
Tú, que con
el tiempo de calentamiento que llevas, estás a punto de ebullición, le das las
gracias por no darle un zuki (golpe de puño).
Has pasado el
momento más angustioso, aquel
inmediatamente anterior a tu salida, cuando sin saber por qué acudes, como en
tu preparación de deportista de élite (léase la
entrada anterior), a la
visualización. En este caso visualizas como sales al centro del tatami y se te
olvida todo, además de verte como te caes de culo en mitad del kata; todo esto
acompañado de un sudorcillo frío y un cante intestinal por soleares. Todo muy
agradable.
Escuchas tu
nombre como si lo hubiera pronunciado Placido Domingo, sales al centro del
tatami y te encuentras en frente a cinco señores vestidos como los niños de San
Ildefonso. Dos de ellos, te están mirando, otro inclina la cabeza intentando
disimular un bostezo, un cuarto está mirando por encima de las gafas al tatami
de al lado y el que queda charla animosamente con alguien, también vestido como
si fuera de boda, que en ese momento pasa por detrás.
Realizas tu
examen, durante el que has perdido la noción espacio-tiempo. Sales y el grupo
de compañeros y anexos se te viene encima felicitándote por lo bien que lo has
hecho y dando por sentado que apruebas, son los mismos que si suspendes dirán
que eso lo sabían ellos desde el primer waza.
Formas para
saludo, van a dar los resultados de la fase técnica. Aumentas la presión del esfínter a
veinte atmósferas y te aflojas
cuando oyes tu nombre seguido de la palabra APTO. Has conseguido más de la
mitad del examen, ahora queda el resto.
Dos
combates de jiu-kumite (combate sin interrupción) te separan del objetivo. La
suerte en los emparejamientos, a bote pronto, te parece dispar. Uno de los
contrincantes, el que tiene cara de bonachón,
te saca la cabeza y quince kilos
de peso; el otro es pequeñito y tiene cara de mala leche.
Mientras
estás esperando para salir te arrancas y pegas la hebra con el primero que te
toca: el grande. Le ves asequible y atacas.
-
Oye, digo yo, que vamos a ir tranquilos, sin
complicarnos la vida. Trabajando y dejando trabajar. ¿Qué te parece? –
Parece interesado
en la propuesta.
-
Por mí perfecto, mejor así, tranquilitos -
Empieza el
combate y empiezas a botar, con mucho estilo, comenzáis a hacer técnicas que la
más próxima se queda a medio metro, eso sí, con mucho estilo. Ha pasado un
ratito y empiezas sospechar que este yo te doy cremita tú me das cremita no va
a llegar lejos.
Se
oye el silbato y te parece oír una voz que dice ¡que se besen!, el
subconsciente te traiciona, no es ¡que se besen!, es ¡que se acerquen!. Es el presidente
del tribunal que os reclama en la mesa.
-
Vamos a ver, la guitarra y el poncho me los he
dejado en casa, con lo que vamos a dejar para otro día cantar todos El himno de la alegría cogidos de la
mano -
-
Hagan karate que es para lo que han venido aquí
–
Se termina el
rapapolvo y acto seguido se abre la veda. El cuarenta y cinco del grandullón
golpea contra tu mejilla derecha
moviéndote buena parte de los empastes. Ese pequeño estímulo pone en alerta
todos tus sentidos. Tu orgullo clama venganza y te lanzas cual kamikaze contra
el que hace un momento era tu grácil compañero de examen. Finaliza el combate.
El ímpetu de tu mosqueo ha logrado equilibrar el resultado, de la misma manera
que tu incapacidad ha provocado que hayas molido a patadas futboleras el culo de
tu oponente; en el denodado intento de devolverle la patada que encajaste.
Aprovechando
la inercia de la mala leche que te ha producido el primer enfrentamiento
realizas el segundo de manera notable. Te ha quedado claro: no más pequeños
estímulos.
Ha llegado el
momento cumbre. Formas de nuevo para saludo. Van a dar los resultados
definitivos. Vuelves a escuchar tu nombre seguido de la palabra APTO, si, APTO.
Te acercas al tribunal, con la sensación de levitar que provoca tu estado de
ánimo. ¿Qué recibes como muestra conmemorativa de tu logro?.... un Pin, si un
pin, un pin que guardarás como si fuera una insignia de oro y brillantes. En el
estado de euforia que te encuentras le darías
un pico, pero te limitas a estrechar con fuerza la mano del presidente
cuando te felicita y es que te sientes la persona más feliz del mundo.
Este es el
comienzo de una bonita y tortuosa historia de amor. Anunciarás y proclamarás
durante un tiempo que jamás volverás a examinarte. Este convencimiento irá
perdiendo fuerza a medida que sigas
entrenando y asistas al avance en los grados del resto de tus compañeros. Te
volverás a presentar, aprobarás y volverás a proclamar lo mismo y así hasta que
EL CUERPO AGUANTE.