- Tendría tu edad, más o menos, papá. Dejó la mochila que llevaba en
medio del pasillo que formaban las dos filas de gente que esperábamos para
pedir. Comenzó a hablar en voz alta
intentando hacerse oír entre el murmullo
de la gente y la voz, amplificada por la megafonía, de los dependientes que pasaban los pedidos a la cocina. Contaba,
con la voz quebrada, que no tenía dinero para desplazarse a Valladolid a ver a
su madre que estaba enferma, que agradecía cualquier tipo de ayuda ya fuera dinero
o comida.
- ¿Cómo reaccionó la gente?
- Los que se atrevían a mirar,
lo hacían como si estuvieran asistiendo a una representación. El resto mostraba
una indiferencia forzada.
- ¿Tú qué hiciste?
- No sé papá, ver a aquel hombre, que tendría tu edad, más o menos,
llorando como lo estaba haciendo y suplicando ayuda….. No podía dejar de mirar a esos ojos vidriosos,
llenos de lágrimas. Comentaba en voz baja un hombre, que estaba cerca de mí en
la fila, que mucha de esta gente vive de fingir estar necesitados.
- ¿Qué pensaste?
- Esos ojos, papá, esos ojos llenos de lágrimas. Estoy seguro que no
fingía.
- ¿Le ayudó alguien?
- No. Después de esperar un rato, lo pensé y decidí hacerlo.
- ¿El qué?
- Me aparté de la fila y le di los dos euros que tenía para comprarme
la hamburguesa y la Coca-Cola.
- ¿Qué sucedió entonces?
- El hombre me abrazó, empezó a llorar con más fuerza y a darme las
gracias sin parar.
- ¿y después?
- Salí a la calle pensando si había obrado bien.
-¿Qué duda tenías?
- No sé, igual aquello que decía el hombre de la fila era cierto y
resulta que me había dejado engañar.
- Hiciste lo que la conciencia te dictaba. Si aquel hombre fingía era
su problema.
-Papá no fingía, aquellos ojos vidriosos llenos de lágrimas…… tenía tu
edad, más o menos, papá, tenía tu edad
No
es esta una historia a modo de cuento de navidad inspirado en Qué bello es vivir. Le sucedió a mi
hijo, Abraham, hace dos semanas, en el
Burguer King de Alcalá de Henares.
Abraham
tiene dieciséis años, es un músico
en ciernes y le adorna una estética de grunge indómito que le ha valido para familiarizarse, a su corta edad, con que la policía o la guardia civil le paren
para cachearle. Sólo hace falta intercambiar con él dos frases, para darse cuenta que el indicio de malote de
la indumentaria, no se corresponde con este chaval que empatiza
con la desgracia ajena hasta hacerse daño.
Ver
como tu hijo se hace un adulto con un criterio propio y comprometido, solo es
comparable a la inenarrable sensación
que se tiene cuando le oyes hablar por primera vez o le ves dar sus primeros pasos.